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Crónica IV #EncuentroQuetzal2019

Sábado, 27 de julio

Nos despertamos una vez más no sé si gracias a, o por culpa de Marta y la música de su Paimóvil. La razón me dice que ya ha amanecido pero la humedad es tal que mis ojos no pueden decir lo mismo. Asomándome a la puerta del Paresi Basetxea solamente alcanzo a ver unos metros antes de perderme en una densa nube gris. Parece que la tormenta de anoche se hubiese llevado la ría de Urdaibai, y no quedase nada al pie de nuestra colina. Recojo mi saco y la mochila y salgo a desayunar lo poco que me queda de comida. Dos trozos solitarios de pizza son los únicos testigos que quedan de la bonita cena de anoche, pero no tardan en desaparecer en manos de algún rutero hambriento.

La etapa que nos espera hoy es fácil y sencilla como se suele decir, pero todos sabemos que primero nos toca enfrentarnos a esa sinuosa y ya conocida carretera que nos separa del pueblo de Altamira y además hoy, resbaladiza. Así que mientras Dani hace sonar la campana de la iglesia contigua, nos despedimos de las vacas, ternero y toro que han sido nuestros vecinos durante estos dos días entre muros de piedra y una hilera de chalecos reflectantes comienza a torcer las curvas de la carretera que nos llevará a orillas de la ría. Pocos coches han madrugado para cruzarse en nuestro camino, así que en una hora ya estábamos con las botas llenas de barro retomando el GR que nos llevará a Gernika.


Las marismas que veíamos ayer desde lo alto están ahora atrapando nuestros pies. El camino se ve salpicado por capas de agua de colores y árboles solitarios que luchan por crecer en el barro. A ambos lados se atisban montañas que juegan a esconderse entre la nubes. A mitad de camino nos reagrupamos junto a un embarcadero de madera al pie de la ría. Al lado se ve una chimenea de ladrillo, resto de lo que algún día pudo ser una fábrica. Ayer nos explicaron que un gran proceso de urbanización e industrialización se había ideado para Urdaibai, pero la diversidad de la fauna de lo que ahora es una Reserva de la Biosfera permitieron parar este proyecto, y nosotros no podemos agradecerlo más.



Unos km más a través de un paseo rodeado de árboles y llegamos a Gernika. Nos dirigimos directamente al colegio en donde dormiremos, Mertzede Ikastetxea, donde nos acogen magníficamente, y tras enseñarnos las instalaciones nos dejan una manguera para poder limpiar nuestros zapatos, esta vez muy necesario. Una sesión de yoga nada más dejar las cosas, muchas gracias Sema por compartir esos momentos con los demás. Una ducha caliente y Ane, Mar(h)i(t)a, Lucía y yo nos dirigimos bajo la lluvia a ese bar de pintxos del que Dani, Adri y Llur nos han dado el chivatazo. Efectivamente, pudimos irnos a la visita del museo con el estómago bien lleno.

En el Euskal Herria Museoa nos separamos en dos grupos. En el museo nos acercan de una manera muy dinámica los deportes rurales tradicionales que se practican en el País Vasco y los instrumentos musicales comunes de la región. Además de introducirnos a los principales personajes mitológicos de sus bosques y dejarnos con ganas de más. Aunque por el momento nos tendremos que conformar con ver a Toño acarrear dos ‘txingas’ de siete kg cada una cuesta arriba y abajo. Una competición de sokatira a continuación será el cierre de la visita tras la cual nos dispersamos.




Terriblemente bombardeada en el 1937, hoy en día Gernika es un dinámico núcleo cultural. Pudimos visitar el famoso árbol de Guernica, que en realidad son varios, que es seguramente el más conocido de los árboles de concejo, símbolo de la democracia y figura de la que nos hemos podido informar antes de iniciar la ruta. La lluvia nos ha encontrado haciéndonos una foto en el mural del ‘Guernica’ de Picasso e intentamos huir de ella llegando al polideportivo saltando de soportal en soportal.


Y dejando a las nubes hacer de la suyas se fue acercando la hora de volver al saco de dormir.


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