Domingo, 28 de julio
Suena el despertador y el frío que tengo solo me hace pensar (y maldecir) en que esta noche toca vivac. Creo que el haber colocado el saco justo en frente de la puerta del gimnasio no ha sido una buena idea. Creedme, no volverá a pasar. Tras desayunar y hacer una exhaustiva recogida de las instalaciones hemos vuelto a la Ría de Urdaibai, con los pies metidos en unas botas aún un poco húmedas debido al lavado de barro de la tarde anterior y que la tormenta no ha dejado secar bien durante la noche.
La orilla Este de la ría se presenta un poco más salvaje que el sendero que nos trajo ayer hasta Gernika. Se suceden caminos entrecruzados y la vegetación llega hasta la altura de nuestros ojos. Pero entre verdes y marrones llegamos a la localidad de Gautegiz Arteaga, donde nos despedimos definitivamente de la Reserva de Urdaibai. A la salida del pueblo nos alcanza una tormenta de esas que no perdonan, y de poco sirve apurar hasta el siguiente tejado para resguardarnos, porque todos nos hemos calado.
Una vez ha escampado reanudamos la marcha y nos fijamos como próximo objetivo llegar a Natxitua, para lo que aún nos quedan unos cuantos km y varios montes que atravesar. Comenzamos a ascender por una ladera preocupados por no resbalar en el barrizal que tenemos por delante. El escenario selvático nos hace echar en falta a Jõao de l’Amaçonia. Qué mal que sólo hayan pasado unos pocos días de encuentro y ya estemos echando de menos.
Superado el primer monte, llegamos a una carretera para coger el próximo desvío, esta vez a través de un bosque más propio de estos lugares. Tras unos metros recorridos nos damos cuenta que no estamos siguiendo el camino correcto que nos marca el track del GPS. Tampoco sabemos dónde podemos habernos perdido, así que damos marcha atrás y me adelanto para ver si aquel escondido recodo resultaba ser el camino. Sí, parece que sí. Tras unos pequeños contorsionismos entre las ramas para encontrar el sendero aparece un bosque en el que estoy segura de que vivían hadas. Aviso a los demás para que sigan por allí y empiezo a subir pisando la hojarasca entre los árboles cubiertos de musgo y que parecen brillar por las gotas de agua que cuelgan de sus hojas.
El tercer tramo de monte rompió un poco la fantasía en el momento en que el camino se perdía. Sí, esta vez se perdía él y no nosotros. Una vez más, Marta y yo nos lanzamos a la cabeza para ver si podíamos retomarlo más adelante, pero en el momento en que nos encontramos en un punto muerto rodeadas de espinos decidimos avisar a los demás de que fueran por la carretera. (Ver foto de la tragedia).
En Natxitua paramos a comer, un merecido descanso bajo el sol que parece haberse decidido a salir. Escasos km son los que nos separan de Ea (el pueblo que casi lleva mi nombre), y nada más llegar nos dirigimos a la playa recorriendo el pueblo, que aunque sea el ayuntamiento con el nombre más corto del país, se supera en belleza. Nada mejor que un baño en el agua salada para aliviar los rasguños de las zarzas.
El mirador en lo alto del acantilado nos sirve de escenario para cenar y ver el anochecer sobre el mar. Y una vez las luces apagadas nos volvemos a los soportales del muelle del puerto, donde hoy nos toca descansar al raso.
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