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Teresa Gubern
06 may 2021
In II Concurso Literario
Abrí los ojos y allí me encontraba. Del dolor de haber caminado tanto, los pies en llagas, la boca seca y las lágrimas cansadas, se resquebrajó mi corazón. Pero también de felicidad marchita se rompió porque ya había llegado, tras tanto tiempo, tanta desesperación, el viaje había acabado y una nueva aventura comenzaba. Tiempo atrás me dijeron que lo que importaba era el camino. ¡Y es cierto! Tan cierto. El presente es lo que importa, paso tras paso, poquito a poquito, con calma. Los cánticos resonando en tu cabeza, la ayuda: “¿te llevo la mochila?”, “Vamos, respiramos y damos un paso. Respiramos y damos otro paso. Y cuando hayamos dado cinco paramos. ¿Vale?”. Y tú que respondes sin aire en tus pulmones, el cuerpo cansado, las piernas de plomo, tú que le miras a los ojos, a su mano agarrando la tuya y respondes sacando fuerza, sin saber muy bien de donde, respondes: “Va…vale”. Continúa el camino, paso a paso y lo que importa es el presente. El amor que aquella persona que nunca volviste a ver te dio en apenas treinta días. El amor que tú le diste a ella, confiando, escuchando sus palabras y, tras cinco pasos, respirando. Hasta que llegas a la cima de la gran montaña y miras hacia abajo y, aunque quieras gritar, no te queda aire, así que respiras. Respiras de nuevo, llevándote el horizonte y todo lo que quedó atrás contigo, mientras una lágrima recorre tu rostro y miras a quién estuvo a tu lado y ni siquiera hacen falta palabras. Mas cuando en el presente solo hay muerte, el camino no es llevadero, o amable, durante tanto tiempo, entonces el presente queda en un segundo plano y se fantasea con la esperanza de algo mejor. A ese “algo mejor” yo había llegado. Y como yo, cientos de Quetzales habían volado, atravesado océanos, istmos y cordilleras para llegar a ese pequeño recoveco de la Tierra donde unos cuántos habían comenzado el cambio. Entre campos en cosecha, energía verde y limpia, y otra forma de vivir. Porque algo muchos habíamos aprendido. Primero de todo, que somos Tierra, que vivimos, soñamos, anhelamos despertar entre cocoteros en la playa del Tayrona o caminar cientos de veces senderos porque cada vez es diferente, respirando flores y aromas, respirando alisios y niebla entre montañas, sintiendo el ardiente volcán bajo nuestros pies, la cascada sobre nuestas cabezas o bañándonos en cráteres convertidos en inmensos lagos, sentir nuestra piel al contacto con el aire, la Tierra, el cielo y las estrellas. Muchos entendimos que somos Tierra. Que existen otras maneras de vivir, con la tecnología más puntera pero alejados de trabajos de culos sentados, piernas dormidas y espaldas doloridas. Alejados de cuatro paredes, individualismo y soledad. Aprendimos que existe un futuro diferente, un futuro resiliente frente a los desastres del clima, uno en paz y lleno de humanidad. Al final, todos habíamos llegado a ese lugar. Quizá alguno huyendo de murallas insalvables, otro de fantasmas, otros de una vida que se les pasaba delante de una pantalla. Quizá otros del hambre y de trabajar sin disfrutar. Mientras unos en busca, otros obligados por las circunstancias. Cada mochila, aunque se parecieran, era diferente. Pero lo importante era que estábamos juntos y que juntos, sabíamos, se pueden lograr grandes cosas, cantando al unísono, bailando “Plato, poto, cubierto” o “Moza, mozo, moze de Ruta Quetzal”. Habíamos llegado y no tendríamos que estar solos o en peligro nunca más. Dedicado a Paloma, monitora del grupo 4. Dedicado a todos los que nos ayudamos en cada encuentro, cada día, cada dificultad por pequeña o grande que sea. Teresa Gubern, Quetzal 2015
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Teresa Gubern
22 abr 2020
In I Concurso Literario
Tengo un Quetzal en mi brazo que me susurra aventuras e historias entre volcanes, pueblos y selvas. Una vez olvidé que ahí se encontraba. Envuelta en libros, pantallas y prisas, encerrada entre cuatro paredes bajo una gran nube gris que vigilaba. Y yo solo quería huir. Pero este Quetzal no se rindió al olvido y en sueños y abrazos y largas miradas apareció para llenar de vida mi alma y devolverme las ganas de cruzar ríos y montañas, de dormir bajo el cielo y sentir la lluvia sobre mis párpados. Me devolvió todo. Y todo en orden, cogí mi gran mochila y partí. Me lancé a caminar sin rumbo y poco a poco acabé encontrando otros zapatos que se unieron a mí. Otros acentos, cuerpos y maneras de vivir. Hasta que un día torné mi mirada y pude ver cientos de quetzales junto a mí. Buscando un lugar descubrí, que el hogar puede ser un sitio pero si sola te encuentras, sola te sientes, siendo la gente, el hogar. Teresa Gubern, 2015
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Teresa Gubern

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