Santervás de Campos es una pequeña localidad situada al norte de la provincia de Valladolid. Basta con sentarse en los bancos del ábside de la iglesia de San Gervasio y San Protasio para extasiarse con la amplia, extensa y fértil que es la llanura que constituye la Tierra de Campos, comarca a la que pertenece esta población. El tan conocido Camino de Santiago atraviesa Santervás y, día a día, sus vecinos reciben a peregrinos acogiéndolos en su Albergue Municipal. Y sino, los santervaseños se entretienen con los vaivenes propios de un pequeño pueblo de la meseta: el ritmo de las cosechas, el color de los campos, los afanes de un tractor en la lejanía o el jolgorio de las avutardas, el ave más pesada capaz de volar y que ha encontrado desde aquí hasta Villafáfila el lugar más grande de Europa para reproducirse.

Los orígenes de Santervás se remontan a los siglos IX-X, momento en el que se fundó un pequeño monasterio para atender a los peregrinos compostelanos. Aquel monasterio empezó a ir a más cuando se hizo cargo de él la infanta doña Sancha, hermana de Alfonso VII El Emperador. Esta, a su vez, en 1130 donó el monasterio a la abadía de Sahagún, creando así uno de los lugares con más renombre entre los peregrinos.

Aquellas pasadas glorias acabaron cuando un terrible incendio destruyó el monasterio en 1844. Por suerte, la iglesia fue lo único que quedó en pie. Y no es poco: es uno de los templos más emblemáticos del arte románico mudéjar vallisoletano. Exteriormente destaca la cabecera con sus capiteles y sus canecillos, donde es admirable el trabajo de cantería de algún taller de Sahagún, así como el espectacular trabajo en ladrillo de los alarifes de Toledo de allá por el siglo XII.

Por último, cabe destacar un lugar de reciente creación y que es todo un orgullo para el pueblo: el Museo de Ponce de León, lugar que rinde homenaje a su hijo más ilustre, Juan Ponce de León, descubridor de La Florida (actual Norteamérica) y primer gobernador de Puerto Rico. En sus salas, el visitante puede transportarse a los siglos XV y XVI, embarcarse en una carabela a tamaño real, pasear por un poblado taíno, escuchar canto gregoriano o encontrar la Fuente de la Eterna Juventud.