Domingo, 4 de agosto
Nos despertamos en aquel frontón con la idea en la cabeza de que un nuevo encuentro volvía a terminar. Última etapa, último esfuerzo, viendo todos los kilómetros superados hasta ese momento, y todos los buenos momentos que fuimos afortunados de vivir juntos.
Muchos valientes decidieron afrontar la última etapa a pesar del cansancio acumulado, las ampollas, y las pocas ganas de meterte 19 kilómetros entre pecho y espalda hasta Pasaia a esas horas de la mañana... Otros, en la primera gran cuesta nada más salir del pueblo, se lo pensaron dos veces y tiraron la toalla. Y, por último, se encontraban los que desde la misma noche anterior tenían claro que el autoestop e incluso el tren, era la opción más viable.
Los que decidimos hacer el último trozo caminando, pudimos disfrutar de unas vistas magníficas a la bahía de San Sebastián desde el Fuerte de San Marcos. Además, durante el trayecto a pie pudimos descubrir diferentes cromlechs, sepulturas megalíticas consistentes en un grupo de piedras hincadas en el suelo de forma circular u ovalada, testigos mudos del cambio de los tiempos.
Los expedicionarios fueron llegando de pocos en pocos a aquel frontón a mitad de colina (gracias ayuntamiento de Pasaia por poner ascensores que nos salvasen la vida en aquellos momentos). Cada uno hizo un poco lo que más le apetecía ya fuese una siesta, una relajante ducha de agua fría, visitar los distintos rincones de la ciudad o pasar la tarde en San Sebastián, hasta que llegase un momento que yo califico como realmente especial.
Todos nos reunimos en un gran círculo para hablar del futuro de la Asociación, de los encuentros, de cómo gestionarlo a partir de ahora,… Y es en momentos como ese en el que te das cuenta de la gran familia que se ha ido formando con el paso de los años, dando igual tu año de ruta o incluso si eres invitado de otro rutero. Todos buscamos lo mismo, que el espíritu de la ruta no muera. Cada uno a nuestra manera, pero con las mismas ganas de transmitir los valores que en un verano pudimos introducir en nuestro día a día.
Cuando cayó la noche, y con ella las cucarachas salieron para darnos una calida bienvenida a la vuelta, el comité organizador llevó a los expedicionarios a disfrutar la última cena en un restaurante cercano a nuestra casa por una noche. Todos lo pasamos genial e intentamos aferrarnos a esos momentos, y cuando llegó el postre fue la hora de leer el último, más completo y más emotivo buzón marujón, en el que, incluso gente que por desgracia no pudo disfrutar de aquella noche, nos hizo sentirla cerca con algún que otro mensaje. Pudimos disfrutar en directo del arte que recorre por las venas de Elba, la cual nos deleitó con alguna pieza interpretada con su violín tras llegar de un concierto al que tuvo que acudir. Y cómo no, despedimos aquella cena cantando el ‘Moza de Ruta’ tan fuerte como nuestros pulmones alcanzaron.
Al llegar al frontón, nos dispusimos a hacer una pequeña fiesta de despedida a la que nuestras amigas las cucarachas decidieron invitar a toda su familia y acompañarnos. En ese momento, algunos preferimos dejar nuestro alojamiento e irnos con la fiesta a otra parte, no sin dejar las luces encendidas a modo de precaución. Cada uno volvió cuando sentía que era momento de retirarse, aprovechando para tristemente despedirse de algunas personas a las que a la mañana siguiente no le daría tiempo a decir ese tan sentido ‘hasta luego’ acompañado de un gran abrazo. Y finalmente, fuimos cayendo de uno en uno, con antifaces improvisados a causa de los grandes focos que teníamos apuntándonos en la cara y casi escondiéndonos en los sacos para no despertarnos con algún que otro amiguito dentro de él.
Al día siguiente sería un día duro de viaje y despedidas, pero con muchos buenos recuerdos, aventuras a la espalda, y contando los días para volver a reencontrarnos.
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