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Foto del escritorMaria Clara Zea

Sífilis, remedios y guayacanes: medicina ancestral del Caribe para Europa

Por: Maria Clara Zea Gallego

Alias Oscurita


La vacuna contra la viruela llegó a América como un ventarrón trayendo buenas nuevas. Pero del Caribe Americano también salieron fragatas hacia España surcando allende el mar para llevar plantas medicinales que, como fue el caso del tratamiento contra la sífilis, logró convertirse en la única solución frente a la rampante muerte endémica hasta la creación de la penicilina en 1945.


Los remedios y saberes populares


Mi infancia estuvo llena de remedios caseros. Recuerdo que de pequeña mi madre me ponía una camisa naranja cuando tenía fiebre para alejar el frío de mis pulmones. Esa camisa me daba consuelo: sentía que me abrazaba un sol, palideciendo menos bajo ese color que parecía desatar la luminosidad en todo el cuarto. De esa forma, sentía que alejaba los espíritus que vivían debajo de mi cama y en el armario, dándome valor cuando la noche se hacía larga y solitaria.


Un día dejé de usarla, cuando ya mi cuerpo alongado y adolescente hacía alarde de su crecimiento y reclamaba necesario olvidar esos tesoros de la infancia para asegurarse un nuevo rumbo. Sin embargo, los brebajes y aguas aromatizadas seguían como primera línea de defensa contra las gripes, dolores de estómago, de cabeza y vómito. Pocas veces fui al médico al recuperarme con canela, limón, clavos, jengibre, mieles y propóleos. Había algo vital en esas mezclas sacadas del jardín, en la reunión alrededor de un caldero por la preocupación del dolor de una persona querida. También pensaba que las manos sanaban. Me las ponían en la panza con movimientos circulares mientras me cantaban “sana que sana, colita de rana, si no sanas hoy, sanarás mañana”. Así mi cuerpo se iba amansando, al ritmo de una nana dulzona que me arrullaba hasta llegar al sueño.


Cuando comencé a estudiar antropología empecé a entender que esos recetarios no eran solo mañas de mi familia. Venían de saberes de mis ancestros, de los curanderos que habían aprendido de comunidades indígenas, de sus jaibanás, chamanes y parteras. Asimismo, la historia de las medicinas y de la botánica en América suele tener muchas capas: una autorizada, donde hombres blancos de ciencia y letrados quedaban muchas veces en los anales de la historia como los héroes creadores de la panacea; otra más profunda e invisible, donde el uso de plantas medicinales por comunidades locales inspiró el uso medicinal de estas en Europa, gracias a un recetario vasto etnobotánico nutrido de prácticas y saberes vernáculos fitoterapéuticos.


El mal de la serpiente y un árbol de flores amarillas como cura


Una situación paradigmática que encarna lo anterior en el proceso de colonización y saqueo de Abya Yala (América) fue el del mal de las bubas o sífilis. Rodrigo Ruiz Díaz dijo que vio personalmente los primeros casos en Barcelona en 1494, fecha de la presentación de los indios taínos ante los Reyes Católicos. La epidemia cundió por el mundo; en 1498, los marineros de Vasco de Gama habrían llevado la enfermedad a la India oriental; más tarde, en 1505 aparece en Japón y China.


En Europa se esparció cómo pólvora, volviéndose endémica en pocos años en el sur de Italia cuando el rey francés Charles VIII, en diciembre de 1494, llegó con sus tropas a Nápoles y saqueó la ciudad. Años más tarde, Oviedo y luego Gómara retomarán, con tono guasón, los cambios de nombre de la enfermedad, cargando siempre la culpa al país vecino: mal francés para los italianos, mal de Nápoles según los franceses, bubas o mal portugués para los españoles, o bien sarna española para los alemanes.



En Abya Yala los nombres de esa enfermedad según los indígenas de la Hispaniola les “llamaban aquella enfermedad guaynaras, hipas, taybas e yças”. También, mal serpentino por ser tan horrenda y temible la enfermedad como la del veneno fulminante de la serpiente. Gómara, un cronista, va más allá en esta interpretación ideológica de la enfermedad. Según él fue la respuesta que hicieron a los españoles los indígenas de la tierra americana, ya que ésta a su vez fue cruelmente castigada por las epidemias traídas por los españoles: “Los de aquesta isla española son todos bubosos y como los españoles dormían con las indias, hincháronse luego de bubas, enfermedad pegajosísima y que atormenta con recios dolores”. Resulta un curioso comercio moral y metafísico: “Pagaron a los indios este mal de bubas en viruelas, dolencia que no tenían ellos y que mató infinitos”.


Frente a tal epidemia que azotaba incluso a los miembros de la familia papal, los médicos intentaron tratarla. Se debía encontrar modos de curarla y los paliativos se insertaron plenamente en el marco del galenismo de la época: dietas, purgantes resolutivos, baños, fumigaciones, ungüentos y linimentos, y preparaciones con mercurio. Ninguna de estas terapias funcionó con éxito.


Oviedo fue el primero en afirmar el origen americano de las bubas y evocar la cura con el guayaco, guayacán o palo santo en castellano (Guaiacum officinale). Este árbol nativo de América tropical, con amplia distribución en las islas del Caribe, Colombia, Panamá, Venezuela y Costa Rica, era usado en una amplia fitogeografía por distintos grupos humanos, entre ellos los taínos y caribes. Oviedo expone día tras día las etapas y formas de la cura, así como la fabricación de la decocción: qué partes del árbol, qué medida de agua, el tiempo de cocer, y la dieta.



Para Oviedo y Gómara, la sífilis sirvió estratégicamente para regular la vida social en Abya Yala. Por un lado, incitó a establecer políticas para que los españoles no se “amancebaran” con mujeres indígenas como solían hacerlo, desde una suerte de misogenismo eurocéntrico que no frenó el acceso carnal violento y, por otro lado, desde la noción de que el palo santo venía a curar a estos soldados de la corona, donde su nombre suponía la ayuda providencial: era según sus creyentes la manifestación indiscutible de la misericordia divina en el proyecto expansionista y colonizador de la monarquía católica.


Médicina ‘pura’: ojos que no ven corazón que no siente


Fracastoro, que era otro cronista abanderado del prodigio de la medicina del guayacán, a diferencia de Oviedo, no menciona en sus escritos su origen indígena, sino que buscó desamericanizar e invisibilizar los lazos americanos de la planta para dejarse un lugar memorable dentro del ‘descubrimiento´de la cura. De esta forma, la dimensión etnográfica americana se fue borrando por completo y la incorporación del guayacán como sustancia fue limpiada inicialmente en la historia de la medicina de toda connotación exótica o indígena.


Hasta hoy, el tema del origen es polémico, aunque la historia biológica enfoca la enfermedad como la convergencia de varios géneros de bacterias treponema presentes, para unos, en la América prehispánica, en las zonas tropicales (a menudo llamado bubas pero que era lo que hoy se llama frambuesia), pero para otros podía tener un origen europeo (el germen del pián) que se transmitía también por la mucosa genital.


De esta forma, todo el siglo XVI fue el escenario de una conexión, con variantes, entre los saberes indígenas y los europeos: la medicina de la sífilis fue un campo en disputa entre un saber autorizado y otro emergente que fue selectivamente absorbido por un etnocentrismo pragmático. Apremiados por la necesidad los médicos adoptaron el guayacán, mejoraron sus conocimientos hasta que se fue convirtiendo en un comercio activo y un negocio rentable, tanto que puso en peligro la existencia misma de ese árbol dador de vida.


Referencias

  • Agudelo, C. A. (2003). Contribución al conocimiento de las plantas en los jardines medicinales de dos resguardos indígenas del bajo Putumayo, Colombia. Universidad de los Andes, 1-139.

  • Pijoan, M. (2004). Medicina y remedios tradicionales del Caribe La extensa y compleja terapéutica criolla. ámbito farmaceutico Etnofarmacia VOL 23 NÚM 9, 110-120.

  • Tachot, L. B. (2017). Entre tradición y experiencia: la emergencia del saber americano en la farmacopea europea. WANI, 59-76.

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